Nuestros deportistas, héroes de verdad
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Los grandes eventos deportivos mundiales, como lo son los juegos olímpicos, despiertan sin fin de emociones en los espectadores, incluso en quienes no son aficionados al deporte. Quizá el patriotismo sea el que aflore con mayor intensidad, pues a cualquiera se le pone la piel de gallina el ver a un compatriota en el podio, tarareando las notas del himno nacional.
Como colombiana viviendo en el exterior, este sentimiento ha salido a flote durante estas dos semanas, viviendo con la misma emoción la consecución de las medallas de oro, plata y bronce. Para los norteamericanos, los triunfos de sus representantes también se viven con orgullo, pero de pronto puede parecerles “raro” que los canales de televisión de nuestros países interrumpan la programación para anunciar que se ha conseguido una medalla en Londres, o que los noticieros presenten a toda la familia del deportista reunida en torno a un televisor.
Cualquiera que no sea colombiano, sonríe viendo a los periodistas del canal Caracol entrevistando a la abuelita, a las tías y a los vecinos de Mariana Pajón, observando como el presidente del país interrumpe la escena para mandar un saludo de felicitación al deportista y sacar pecho como si el triunfo fuera suyo.
Hasta ahí llega mi felicidad, porque minutos antes escuchaba que Rigoberto Urán, el ciclista ganador de la primera medalla de estos juegos, había tenido que trabajar desde los 14 años vendiendo lotería, para ayudar a la subsistencia de su familia, después del asesinato de su padre. También me había enterado que Yuri Alvear, la judoca que nos trajo el bronce, recorría las calles de Jamundí, vendiendo empanadas de puerta en puerta para reunir fondos y poder viajar a las competencias. En varias ocasiones el dinero de las ventas no alcanzó para costear el viaje y tuvo que quedarse en casa llorando desconsoladamente.
O el caso de Oscar Figueroa, medallista de plata en levantamiento de pesas, quien por culpa de la violencia tuvo que dejar su pueblo a la edad de 12 años y en el 2004 decidir hacer parte del ejército. O imaginarme a Mariana Pajón tratando de que no le robaran la bicicleta. Todavía no se me olvida el reclamo de uno de los entrenadores de Carlos Mario Oquendo, bicicrosista ganador del bronce, rogando por una pista en buenas condiciones para los entrenamientos.
¿A qué hora entrenan estos deportistas si están trabajando para subsistir? ¿Con qué dinero compran sus uniformes? ¿Cómo pagan los viajes? ¿Cómo llegan a las prácticas? ¿Han visto las instalaciones donde realizan los entrenamientos? Es lamentable y vergonzoso. El gobierno solo se acuerda de ellos cuando les trae una medalla; ahí sí son nuestros compatriotas, ahí sí son Colombia.
Por estas y muchas otras razones me enorgullezco de ellos, de los que ganan medallas y de los que no, porque todos son unos guerreros, son unos verdaderos héroes.
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